El profesor de los Centros Teológicos Francisco J. Jiménez ayuda a profundizar en el evangelio del domingo 1 de septiembre, XXII del Tiempo Ordinario.
La revolución de la humildad
No es difícil que la humildad se convierta en una manifestación de la soberbia. La vida moral está llena de contradicciones, porque importa no solo lo que hago, sino la motivación y lo que busco y, no es raro que, en ocasiones, busquemos la admiración de los demás ante una actitud humilde que dejó de serlo en el momento que pusimos nuestra mirada en sentirnos, humildemente, por encima de los demás.
Pero la humildad, mal entendida, también puede llevarnos a la mediocridad, a no valorar nuestros dones y, lo que es peor, a no valorarnos a nosotros mismos. En ocasiones, también se ha utilizado la humildad para acallar lo que destaca, lo que es diferente, y se ha manipulado para lograr la sumisión y mantener así determinados espacios de poder.
La humildad tiene una gran fuerza transformadora. La humildad consiste en poner todos nuestros dones en valor y compartirlos. Querernos y valorarnos así como queremos y valoramos a los demás. La humildad es reconocernos únicos porque lo somos, pero saber que los demás también lo son. La humildad es no situarse por encima de nadie. La humildad es revolucionaria, porque nos permite sacar lo mejor de cada uno de nosotros sin situarnos por encima de nadie, porque nos dispone en una posición
de igualdad en la diversidad, y nos plantea una forma de vivir basada en auténticas relaciones de fraternidad y reconocimiento mutuo.
PUBLICADO EN DIÓCESIS DE MÁLAGA