27.8.16

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO


El sacerdote Ignacio Fornés, miembro del Opus Dei, ayuda a profundizar en el evangelio del Domingo XXII del Tiempo Ordinario. 

¡Qué ridículo!


El Señor nos aconseja que, cuando vayamos a una boda, no ocupemos los primeros puestos del banquete porque podemos hacer el ridículo. Sería patético. Imagínatelo. Ponerse en la mesa de los recién casados y que te digan, delante de todo el mundo, que no, que tu sitio no es ese, que tu sitio está más atrás: ¡qué bochorno! Tendrías que levantarte y, mirando al suelo, irte. Cuando pecamos, ocupamos el sitio que le corresponde a Dios. Al pecar, le desobedecemos, nos creemos dioses y tiramos por la vía de en medio. Pero, el pecado, antes o después, nos pasa factura. Hay un cuento de un campesino al que regalaron un faisán dorado. Como no sabía dónde meterlo, lo puso con todas las gallinas, en el gallinero.
Las gallinas, admiradas por la belleza del recién llegado, giraban a su alrededor, con el asombro de quien descubre un semidiós. En medio de tanto alboroto, sonó la hora de la comida y, al echar el dueño los primeros puñados de grano, el faisán ¡hambriento!, se lanzó a comer como un energúmeno, de cualquier manera, sin medida.

Las gallinas al ver que “la hermosura” se lanzaba así a por el alimento, como si fuera un vulgar animal, se liaron a picotazos contra el ídolo caído, hasta arrancarle todas las plumas. Se acabó el faisán dorado. ¡Qué ridículo ¿verdad? y, además, sin plumas! Así de triste es el final del orgulloso y del arrogante; más desastroso cuanto más se alza sobre sus propias fuerzas.La humildad es la verdad. Somos lo que somos: criaturas débiles y limitadas, necesitadas de Dios.

Publicado en el blog de la Diócesis de Málaga.