El pasado sábado, 26 de octubre, el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, presidió la clausura de las actividades del Mes Misionero Extraordinario, convocado por el Papa Francisco, con un gran Envío Misionero de agentes de pastoral. La catedral de Santa María la Real de la Almudena se convirtió en un escenario perfecto para una celebración, sin duda, irrepetible y especial.
Con el lema Bautizados y enviados latiendo en sus propias manos, el pastor de la Iglesia madrileña recordó la importancia de «hacernos conscientes» de que «los bautizados estamos enviados a anunciar el Evangelio», a ser «agentes de pastoral que hacen verdad este primer año del Plan Diocesano Misionero (PDM)».
«Dios no nos castiga»
«¿Qué ha sucedido para que el Señor nos envíe?», preguntó a todos los presentes que llenaban la catedral de Madrid. «Hemos escuchado al Señor y Él ha sido nuestra alegría». Por Él, aseveró, «hemos descubierto que tenemos una misión: bendecir, alabar, gloriarnos y llevar la alegría del Evangelio a todos los hombres». Y hacerlo, en todos los momentos de nuestra vida, con la humildad que Él dejó escrita a fuego en el corazón del mundo: «Cuando le invocamos con humildad, Él nos escucha; y no nos castiga, sino que siempre acoge a todos los hombres».
Durante la homilía que pronunció en la Eucaristía, que sirvió también para escenificar el compromiso con el PDM en la diócesis, el purpurado destacó que «los gritos del pobre, del sencillo, del humilde, de quien se da cuenta de que necesita la cercanía y la fuerza del Señor alcanzan a Dios». Porque Él «es justo y no parcial», de manera que «escucha nuestras súplicas y oye los gritos de los más necesitados». Y todos los gritos, insistió, «tienen la respuesta del favor de Dios». Por tanto, nuestros gritos «alcanzan a Dios».
«Evangelizad en la verdad y en la humildad»
Deteniendo su mirada en el presente, reconoció que «no es un momento fácil para anunciar el Evangelio en ninguna de las latitudes de la tierra». Pero tampoco «desde el lugar donde estamos y vivimos».
En este sentido, incidió en que «el Señor nos sigue dando fuerzas para dar íntegro el mensaje, no una partecita, la que es más cómoda y no nos hace movernos», sino «ese mensaje que nos desinstala y nos hace ver, en todos los hombres, hermanos». El Señor, «aun cuando tengamos soledad», siempre «nos ayuda y nunca nos abandona», subrayó.
«Dios alcanza nuestro corazón y nos ayuda para que entreguemos el depósito de la fe y lo vivamos completamente». Por esta razón «nos llama a los discípulos de Jesús», para evangelizar «en la verdad y en la humildad».
«Dios te quiere y no te pide certificados de buena conducta»
Finalmente, el cardenal destacó que «uno de los defectos más graves de nuestra sociedad es que queremos cambiar las cosas, transformar la historia y hacerla mejor», pero «no queremos cambiarnos a nosotros mismos». Al final, «pensamos que podemos cambiar la sociedad sin cambiar nuestro corazón».
«¿Por qué no intentamos hoy una oración sincera y humilde?», sostuvo, interpelando el corazón de los agentes de pastoral. «Dios nos ama a cada uno de nosotros tal como somos y estamos, con nuestras riquezas y límites, con nuestras fragilidades y pecados». A Él «no le asusta nuestra propia verdad y, a partir de la misma, podremos entrar en una relación auténtica con Él». Porque, tal y como recordó, «Dios nos llama como somos y no nos pide certificados de buena conducta». Dios «te quiere» y «cuando tú sabes que alguien te quiere, rápidamente le das un abrazo». Ojalá esta noche, exhortó, «tengamos esta capacidad».
Un camino de humildad marcado, en palabras del arzobispo madrileño, por un horizonte común: «Dependemos de la misericordia de Dios para renovar nuestra vida y ponernos en camino».
Infomadrid / Carlos González
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