... resucitarán
El profesor de los Centros Teológicos de la diócesis de Málaga, Ángel Nuño, ayuda a profundizar en el evangelio del Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor.
Él había de resucitar de entre los muertos
María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando aún era de noche. La oscuridad aún parecía reinar y, sin embargo, ella se puso en marcha. Ni la noche ni las tinieblas la detuvieron. No la paralizaron porque la oscuridad ya había sido vencida. Se acercó y vio que la piedra estaba movida. La piedra movida y ella, la Magdalena, conmovida, corrió a buscar a Juan y a Pedro. Es Juan el que nos relata la escena, pero procura ocultarse humildemente en el relato, pasar desapercibido. Lo importante, parece decirnos, no es el hecho de que fuera él -y no otro- uno de los que acudiera, por eso habla de “Pedro y el otro discípulo”. Corrieron los dos, pero el otro discípulo llegó antes. Era más joven y sus pies más ligeros. Cuando llegan al sepulcro, se inclinan, porque, como nos recuerda nuestro Papa, «sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino». El hecho de inclinarse refiere una actitud de reconocimiento, de humildad y de recogimiento. Inclinarse ante el misterio es reconocer su grandeza. La bella imagen de los discípulos inclinándose no tiene nada que ver con la imagen del hombre vuelto sobre sí mismo. Los Padres del desierto hablaban del hombre encorvado, vuelto sobre sí mismo a causa del egoísmo. Inclinemos nuestro corazón ante el Resucitado. Y luego corramos, exultantes, a proclamar la Buena Noticia. La oscuridad no fue la última palabra.
PUBLICADO EN DIÓCESIS DE MÁLAGA