"Abandonemos la oscuridad y vayamos a la luz". Fano.
El sacerdote Manuel Jiménez, arcipreste de Fuengirola-Torremolinos, ayuda a profundizar en el salmo del Domingo IV de Cuaresma; y María Teresa Aldea, licenciada en Filosofía y Letras, ayuda a profundizar en el evangelio del Domingo IV de Cuaresma.
Comentario de Manuel Jiménez: "Un salmo en la pista de baile"
¡Cuántas veces habrás bailado el salmo 136! ¿Yo? ¿Bailar un salmo? Pues claro, cuántas veces habrás coreado eso de “By the rivers of Babylon”, que es el salmo de la Eucaristía de hoy. Ni te habías dado cuenta; pero ahí estaba la Palabra de Dios, incluso cuando lo pasabas bien de fiesta con los amigos. Y es que todo a nuestro alrededor está lleno de pura gracia de Dios. Él envía mensajeros a diario.
Cristo es la luz que nos alumbra desde el madero de la cruz aunque no nos demos cuenta. Y la Cuaresma es ese momento para descubrir las señales de amor que el Señor va dejando para que no olvidemos que Él está siempre ahí. Pero las tinieblas nos atraen y quieren apagar la luz. Como enseña el Papa, las cosas de este mundo enfrían la caridad. Y nosotros nos dejamos atrapar muchas veces por las cosas de este mundo. Por eso, en la Cuaresma hay que proponerse revivir con Cristo y darnos cuenta de que no son nuestras obras sino la fe, que es don de Dios, lo que nos hace pertenecer a la luz. Esa fe nos lleva a hacer las obras que Dios quiere y dar testimonio.
La Cuaresma nos ayuda a recapacitar y, si nos hemos dejado enfriar, calienta el corazón para hacernos volver a ese pueblo donde nadie perece, donde nadie es juzgado, donde brilla la luz, donde se hacen las obras según el Señor y se manifiesta la alegría de sabernos amados por Dios al cantar un salmo, aunque sea en la pista de baile.
Comentario de María Teresa Aldea: "Tanto amó Dios al mundo"
El evangelio que la Iglesia proclama este IV Domingo de Cuaresma, Domingo laetare, comienza con una exaltación de la muerte en la cruz de Jesús que es expresión del amor de Dios a los hombres y causa de nuestra salvación, lo que nos llena de esperanza.
Toda la historia de Dios con los hombres es Historia de Salvación, es una historia de amor. Todo obedece a un deseo de Dios que nace de su amor por todos nosotros: por amor crea, y lo hace a su imagen y semejanza, da la vida, elige un pueblo para hacerse presente a los hombres, y en Jesucristo, Dios entrega a su único hijo para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia. Desde la cruz, Jesús nos da la vida, nos muestra su gran amor por todos nosotros.
Esto es fundamento para nuestra esperanza cristiana. Dios nos ama tal como somos, con nuestros conflictos y contradicciones, con nuestro ánimo y nuestra apatía, y solo nos pide la fe, la confianza plena en Él, la adhesión a su mensaje y a su obra. Jesús es la luz que destruye las tinieblas, quien no se acerca a Jesús se encierra en las tinieblas, en el mal. La cercanía a Él nos da la gracia para ser consecuentes con su mensaje, porque Jesús no vino al mundo para juzgarlo, sino para que todos los hombres se salven por Él.
Jesucristo es el gran regalo del amor de Dios. Hemos de aceptar ese regalo que Dios nos hace para convertirnos al amor, amor que actúa en cada uno de nosotros, que acogemos y vivimos para salir de nosotros mismos y llevarlo a los demás.